4.13.2011

Sesenta y dos primaveras.

La avenida Costanera Oresanz parecía extenderse cada vez más frente a mis inundados ojos. A lo lejos, a penas si se veía entre la niebla algún que otro edificio marplatense. Creo que más desolado que el pueblo estaba mi corazón aquella tarde gris de ese frío Septiembre. 
Parece mentira que a mis sesenta y dos primaveras haya sentido por primera vez ese vacío en el pecho, esa extraña sensación que me hacía sentir como si el mundo se desplomase con toda su furia sobre mi.
Alicia fue la única mujer que logró adueñarse plenamente de mi corazón, su cabello era blanco como la espuma de las olas cuando rompían a toda prisa sobre las rocas y su voz tan dulce como el sonido de las gaviotas volando sobre la arena. Como olvidarme de esa mirada, aquellos ojos azules como el cielo, que me transportaba al paraíso con solo observarlos.
Recuerdo casi con exactitud todos los momentos que pasé a su lado: las caminatas de la mano bajo el amanecer, nuestras miradas perdidas en el horizonte cuando nos invadía un profundo silencio, y aprendíamos juntos a hablar con el corazón. Me acuerdo de cada tarde cuando sentados mirando el mar dejábamos ir cada uno de nuestros sueños, solo por una razón, amarnos hasta el final.
Pero de nadie sirve hablar de recuerdos cuando la vida te da la espalda y en un instante te encontras solo en el medio de la nada.
Alicia me abandonó como un niño deja tirado por alguna parte su juguete favorito, como un viejo montón de escombros deben dejarle lugar a los nuevos ladrillos.
La lluvia caía con una gran intensidad aquella noche. La larga avenida estaba llegando a su fin, y de tanto en tanto volteábamos la cabeza para observar lo que dejábamos atrás.
Rex seguía mis pasos sin detenerse, esquivando los grandes charcos que cubrían la tierra. Aquel fiel perro fue el único recuerdo que conservé de Alicia, y lo cuidé como al tesoro más preciado que supe tener.
Pero yo la esperaba todavía, creía que el olvido era una simple fantasía. Y en realidad, hay cosas que no voy a olvidar jamás, como sus ojos tristes la noche de mi partida.












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